Mi alma lloró, pero mis ojos no reaccionaron; en un mar de emociones contenidas, el dolor se ahogaba en silencio, atrapado en un rincón oscuro de mi ser. Las lágrimas, aunque deseaban salir, se convirtieron en prisioneras de un corazón que se negaba a mostrar su fragilidad. Cada latido resonaba como un eco de lo que sentía, mientras el mundo seguía girando ajeno a mi tormenta interna.