*El valor de cada ser humano*
Sobre el terrible precio.
El precio de tu rescate no se pagó con cosas perecederas, como el oro o la plata, sino con la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin defecto.
(1 Pedro 1, 18-19)
¿Hermanos, ha podido comprar alguien alguna vez con la plata y el oro el remedio contra el pecado? Nunca y nadie.
¿Ha podido alguien alguna vez de la plata o del oro forjar las armas contra el diablo? Nunca y nadie.
¿Ha podido, hermanos, alguna vez alguien librarse de la muerte con la plata y el oro? Nunca y nadie.
Fue necesario algo mucho más precioso que la plata y el oro para conformar el remedio, para ser el arma y el rescate. Fue necesario que se aplique a las heridas del pecado la preciosa sangre del Hijo de Dios, para que sean curadas. Fue necesaria la preciosa sangre del Hijo de Dios para ser dirigida contra los malos espíritus, para quemarlos con su fuerza y apartarlos de la gente. Fue necesaria la preciosa sangre del Hijo de Dios para rociar la tumba terrenal, para que la muerte sea apaciguada, y para que los muertos revivan.
El cordero de Dios sin mancha y sin defecto fue muerto por nosotros, para poder sacarnos de la triple quijada de la fiera. Triste pero vivificante banquete. Ese precioso banquete que Dios hizo para revelar a la gente la libertad. El pecado, la muerte y el diablo huyeron con toda su fuerza del cordero de Dios sin mancha y sin defecto.
Oh hermanos míos, si no sabéis cuán venenoso es el pecado, y cuán malvado es el diablo, y cuán amarga es la muerte, midamos según el tamaño del rescate con que hemos sido rescatados de su cautiverio. ¡La preciosa sangre de Cristo ese es nuestro rescate del cautiverio! Recordad, hermanos, si según nuestra voluntad, según nuestra imprudencia y malicia, nos entregamos otra vez a aquel terrible triple cautiverio, no hay nadie más en el cielo y en la tierra, que podría dar el rescate por nosotros. Porque el precioso rescate es uno, y él fue dado una vez y para siempre.