En la quietud que todo lo envuelve,
la voz se apaga y el silencio reina.
Los sueños, como mariposas fugaces,
se desvanecen en la noche sin estrellas.
La tierra se abre, un abismo sin fondo,
tragando recuerdos y anhelos sin fin.
El tiempo se detiene, un reloj sin manecillas,
y el corazón deja de latir en su reloj interno.
Las luces se apagan, la esperanza se esfuma,
solo queda un susurro, un eco distante,
la última melodía de un alma que se va,
un adiós sin palabras, una despedida sin nombre.
En este poema sin dueño, la muerte es el autor,
dibujando versos con pinceladas de silencio.
La vida, un libro que se cierra sin final,
un viaje sin regreso, un lamento sin voz.