Ví caer mi mundo miles de veces, destruyéndose cada pieza, sintiendo como se desploman miles de recuerdos convirtiéndose en espinas venenosas que se clavan con firmeza.
Ví mi realidad cambiar miles de veces, por una más trágica que otra, por una dolorosa, insensible, poco romántica y de tonos lúgubres.
Lo ví tantas veces que, ahora que sucede una vez más, se siente como un déjà vu.
No sé cuál duele más, o qué duele más, ni dónde quedó el cuarto de corazón que sobrevivió los últimos años; creo que pereció.
Desaparecer tal vez no repara el caos que genera la desesperación de querer con fuerza, ni siquiera desvanece las ganas de pertenecer siempre a un lugar, de querer eternamente conservar el romanticismo de las cosas pequeñas, ni mucho menos darle perpetuidad a la felicidad que brota en nosotros por algunos humanos que, por razones desconocidas, pudieron tocar la capa más íntima de nuestro corazón; mucho menos alivia el dolor cuando se van esas personas, pero desaparecer siempre es lo primero que se cruza en la mente del ser pequeño y débil que reside en el interior del "grande e independiente" de nuestra alma cuando nos aterra la verdad, cuando nos hiere el presente o sencillamente cuando tenemos que continuar nuestro camino siendo indebidamente desagradecidos e inconformes con la realidad.
Más de uno quizás ha querido desaparecer, como muchas veces yo lo he deseado con fervor entre lágrimas y suplicas dirigidas a nuestro padre celestial.
Pero, lo he cuestionado tanta veces, tantas noches y millones de momentos, ¿De verdad desaparecer me daría algo de paz?
Y mi mente justo ahora es un torbellino de recuerdos, cuyas imágenes me hicieron sonreír hasta dejarme el rostro entumecido, pero hoy me hacen sollozar hasta arrebatarme las ganas de seguir respirando.
El humano suele aferrarse a lo que le da felicidad, a lo que le hace vivir en un mundo completo de armonía y gozo, tanta tranquilidad que erróneamente nos hace sentir que, por un momento, todo lo que tenemos en ese instante eufórico es nuestro y a su vez eterno.
Vivo en un infierno, porque sólo conservo recuerdos que para mi desdichada, me castigan.
Mi alma está condenada a el suplicio de vivir de lo que ha sido, porque tal vez he pecado lo suficiente para no merecer algo distinto.
Y ¿Qué es válido ahora? Probablemente sentir que mi cuerpo es una masa cuyo volumen complementa algún porcentaje en alguna estadística, pero que dentro de sí quizás albergue menos de lo hay afuera, sencillamente porque lo desgasté intentando ir por un camino inadecuado. Pero es eso, hoy hay menos, menos de lo que habrá y probablemente no haya futuro para mí.
La solución para un espíritu como yo siempre han sido las letras y mi corazón triste para hacer contraste; abrazándome a mis penurias como mis más fieles confidentes, proyectando mi dolor en arte para intentar hacer de él algo avasallante ante el fracaso.
Me ha funcionado, porque aún no he desaparecido, a pesar de que cada vez que algo me duele, tanto como hoy me lastima la verdad, siempre voy a los brazos de mis letras y ellas cambian el color y el sabor de mi tristeza.🥀🌑@Dulcesusurros🌸🍓