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Una vez amé a un monstruo... Lo amé locamente. Me abrió las puertas de su casa y yo le abrí mi corazón. Ese monstruo no me persiguió, yo fuí detrás de el, sin saber lo que en verdad era. Se veía como un ángel, pero nada más lejos de su realidad. Le acariciaba mientras el me despellejaba en vida. Si, amé a un monstruo de esos que con besos te arrancan el alma, te roban el aliento y sin que te des cuenta, se llevan tus ganas de vivir. Te dejan vacía, rota, sin ilusiones, sin sueños. Se llevan todo dejándote en el silencio del olvido, prisionera de la soledad y ahogada en su recuerdo. Amar a ese monstruo casi me cuesta la vida, mi humanidad y mi alma. Si, amé a un monstruo, un ser infame, cruel, despiadado. Que te infecta la sangre y te convierte en un monstruo igual o peor a el. Cuánto lo ame... Pero no me arrepiento de haberlo amado así. Porque así supere mi miedo a ellos. Ya no me asustan y se que no pueden convertirte en uno de ellos si no se lo permites. Ahora que los conozco ya no les temo, me dan mucha lástima. Solo son tristes personas. Que alguna vez alguien no quiso y se desquitan con los que de verdad los quieren. Y se convierten en tristes y ridículos payasos. Que juegan a ser monstruos.
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