Por los caminos de la improvisación
✍ Yamilé Jiménez
A pesar del establecimiento progresivo de la notación musical en la Edad Media y su consecuente desarrollo del sistema de escritura que permitió perpetuar las obras, la improvisación continuó siendo una actividad relevante de la creación musical y tuvo su momento climático durante el Barroco.
En este periodo la ornamentación de las melodías alcanzó una importancia capital y muchas formas y géneros dieron cabida a esta técnica de creación espontánea que, aunque no siempre exhibió esquemas estandarizados, la parte destinada a la improvisación se conservó aun después de la era barroca.
Ya para entonces, o bien eran los intérpretes los que introducían sus propias ideas musicales o bien eran los compositores quienes (defendiendo la improvisación como elemento musical imprescindible) creaban poco a poco prototipos estandarizados para concretar esta práctica.
Al igual que Johann Sebastian Bach, es conocido que desde pequeño Wolfgang Amadeus Mozart mostró unas aptitudes impresionantes para la improvisación y, siendo un virtuoso del piano desde edades tempranas, compuso muchas de sus obras para este instrumento. Por crónicas de la época se sabe que solía hacer gala de esta cualidad desde sus primeras giras y más tarde (al interpretar sus propios conciertos para piano) se lucía especialmente en las cadencias toda vez que, para entonces, la improvisación era todavía una destreza rutinaria en las presentaciones musicales.
La improvisación en las cadencias llegó casi intacta al siglo XIX y de los 26 conciertos para piano de Mozart, se hizo común su Concierto nº 20 en Re menor, el cual, intérpretes como Johannes Brahms, Clara Schumann o Ludwig van Beethoven, no solo lo ejecutaban públicamente, también componían sus propias cadencias y actualmente la mayoría de los pianistas utilizan la cadencia creada por Beethoven para interpretar este concierto mozartiano.
Y hablando del músico alemán, se conoce que, al igual que sus antecesores, incluía habitualmente secciones de improvisación en sus espectáculos. Uno de sus alumnos: Carl Czerny, aseguró que las improvisaciones de su maestro eran brillantes y extremadamente asombrosas.
Otro de los grandes improvisadores del siglo XIX fue Franz Liszt quien también asombró al público desde muy joven con sus interpretaciones pianísticas donde ostentaba- en igual proporción- su formidable talento técnico y sus dotes para improvisar.
Paradójicamente la práctica de componer y dejar escritas las cadencias en la que Beethoven y Liszt fueron auténticos expertos, parece haber sido el ocaso de la improvisación y con escasas excepciones, hoy esta actividad se reduce al jazz, la música experimental y a algunos intérpretes de música antigua.