Gabriel Fauré: más allá de sus contemporáneos
✍ Yamilé Jiménez
De Gabriel Fauré se ha dicho que no seguía las tendencias ni la moda de su tiempo y que, por tanto, su estilo de composición, además de no poderse encasillar con facilidad en las clásicas etapas: inicial, madura y tardía, siempre mostró su necesidad imperiosa de ir más allá que el resto de sus contemporáneos.
Aunque su familia nada tenía que ver con la música, cuando Fauré contaba cinco años su padre fue nombrado director de la Escuela Normal de Montgauzy y en la capilla de ese recinto, el niño tuvo un primer encuentro con el órgano, instrumento con el cual se apasionó de inmediato.
Sus estudios musicales comenzaron por el piano y con nueve años ingresó en la Escuela de música clásica y religiosa de París, donde adquirió una sólida educación y forjó una fuerte amistad con Camille Saint-Saëns, que se desempeñaba como maestro del centro académico.
Fauré concluyó sus estudios a los 20 años y comenzó a trabajar como organista titular en la iglesia de San Salvador en París. Ya para entonces había compuesto sus primeras obras demostrando un talento singular, pero al calor de la guerra franco-prusiana, el joven decidió enrolarse en el ejército y al regresar fue nombrado organista de Saint Honoré d Eylan, en París, organista del coro de Sant Sulpice y finalmente maestro de capilla en la iglesia La Madeleine.
En noviembre de 1871 pasó a formar parte de la recién creada Sociedad Nacional de música junto a Bizet, Massenet, Frank y Saint Saëns, entre otros, y aquí estrenó varias de sus obras maestras de juventud como: Cuarteto con piano Op.15, la Primera Sonata en La mayor para violín y piano Op.13 y la Balada para piano Op.19. Luego, en la siguiente década compuso otra serie importante de obras entre las que destacan: Elegía para violonchelo, Mazurka Op.32, Barcarola Op.36, varios Nocturnos, Valses, Caprichos y las primeras Romanzas sin palabras.
En 1885 conmovido por la muerte de su padre, Gabriel Fauré creó el Cuarteto con piano en Sol Op. 45, y sobre todo su Misa de Réquiem Op. 48, considerada una de sus grandes composiciones; sin embargo, a pesar de ser reconocido en el panorama musical, Fauré trabajaba en exceso para mantener a su familia, pero sus esfuerzos (aunque arduos), le proporcionaban bajos ingresos económicos. Todo indica que su estilo innovador no era bien acogido por la mayoría, de hecho, en 1892 optó por una plaza de profesor de composición en el Conservatorio de París y su solicitud fue rechazada.
Tuvieron que pasar varios años para que finalmente fuera aceptado, y actualmente es altamente valorado su paso como profesor del conservatorio, ya que por su aula desfilaron grandes compositores como George Enesco, Nadia Boulanger y Roger Ducas, quienes marcaron un punto de inflexión en la evolución de la música francesa.
A partir de entonces Fauré compartió su labor de profesor con la de compositor y entre sus obras destacadas de esta etapa aparecen: obras para piano, Prometeo y Peleas y Melisande, la cual se convirtió en una obra cumbre dentro de su catálogo.
En sus últimos años Gabriel Fauré sufrió una enfermedad en los oídos que lo llevo a la sordera, no obstante, continuó su carrera como compositor y director del conservatorio, puesto que desempeñó entre 1905 y 1920, mientras lograba composiciones tan relevantes como su Masques et Bergamasques, Segunda Sonata para violoncello y piano, el Segundo Quinteto de piano, la Barcarola en Do Mayor y Canto funerario.